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4 jun 2010

[I.6.]
La primera vez que di con este estado de conexión público-actores enunciado de forma transparente fue, hace ya muchos años, en un artículo de Manuel Vicent, publicado en El País Semanal en 1989, donde lo describía no en el seno de una comunidad humana sino de simios, algo que nos habla, justamente, de la antigüedad evolutiva de este mecanismo socio-psicológico (y de su obvia utilidad para la colectividad). En el artículo, titulado "Sueños de África", Manuel Vicent narra cómo recorre la sabana africana en furgoneta cuando, de pronto, descubre esta situación sorpendrente:
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"Antes de oscurecer pasé junto a una nutrida colonia de babuinos en el momento en que un centenar de monos de esta clase se hallaban reunidos bajo el árbol de la fobia en torno al que parecía ser su tirano, un macho de espectaculares encías que daba una arenga a sus súbditos o tal vez una lección política. Las hembras llevaban muy abierta la rosa del sexo, y sobre ella se habían sentado para escuchar con suma atención el terrible discurso que no tenía significado aunque era muy emotivo. Algo acababa de suceder en el mundo de los simios, algo gordo se estaba cociendo entre ellos puesto que aquel jefazo o instructor no hacía sino caldear los ánimos de los oyentes con objeto de arrastrarlos a una victoria. El negro Allan condujo nuestro vehículo enjaulado por una extensión de helechos hasta las cercanías del mitin y entonces pude ver con exactitud el fulgor de la mirada de aquel primer ministro y el ademán con que acompañaba todos sus gritos en medio del silencio del planeta. En el auditorio iba creciendo la tensión a simple vista mientras el orador señalaba el sur al final de cada parrafada, pero tuvo que haber pronunciado sin duda una frase hermosa en el último instante porque de pronto la asamblea de monos puesta en pie interrumpió con aplausos las palabras del tirano y a continuación comenzó a marchar en columna de a tres enfilada al cerro donde esperaba el enemigo en orden de guerra. Los del bando contrario también eran babuinos."
[Manuel Vicent: “Sueños de África”, en El País Semanal, 28.V.1989, número 633. Lo he publicado íntegramente como Anexo 1.]
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Manuel Vicent, obviamente, no habla de teatro, ni siquiera piensa en él mientras describe al grupo de babuinos. Sí se refiere, con la ironía que lo caracteriza, a lo que, pare él, es un acto político ancestral. Y ni siquiera está demasiado velada, tras la imagen del terrible tirano de los babuinos, la del dictador por excelencia del siglo XX: Adolf Hitler y su despliegue de sonidos guturales y de gestualidad y expresividad extremas en rostro y manos. Pero lo cierto es que en la narración de Vicent (dedidiamente literaria, porque no tiene la menor pretensión de ser científica), éste está describiendo una situación, muy común entre los humanos, en la que un individuo se sitúa frente al grupo con el objetivo no tanto de transmitir una información determinada cuanto de alterar el estado de ánimo de su audiencia. Ahí está ya el germen de lo teatral.
Es más, en la tensión, en la electricidad, en la energía que atraviesa el grupo (el auditorio) está la esencia de lo teatral. Retengo de Manuel Vicent una frase, "el terrible discurso que no tenía significado aunque era muy emotivo", en la que la palabra "significado" es empleada de forma inexacta. Evidentemente que aquel discurso tenía un "significado", que es, como detecta bien, pura emotividad. Lo que no tiene, o no tiene todavía en este tramo de la evolución, es un significado basado en la palabra. Cómo y cuándo aparece el lenguaje es un tema apasionante de la paleoantropología que se aleja mucho del tema que nos hemos propuesto. Sí es importante constatar, en cambio, que antes de la palabra existían gran parte de los mecanismos que siguen conformando, hoy, la base de la comunicación.
Sobre es forma primara del discurso oral se articula, en efecto, el discurso verbal. Esta el gesto, -del cuerpo, de las manos-, la expresión del rostro -sin duda de una ferocidad basada en la dentadura, arma terrible-, está el empleo de la voz, como un ladrido, un aullido, con su ritmo, su volumen, sus cadencias, sus repeticiones. Cuando el gesto y la voz quieren comunicarse al grupo, se amplifican, se vuelven perentorios. Ahí está ya el actor, esa capacidad carismática de electrizar a la audiencia, que forma parte de nuestra constitución biológica anterior a la lengua. Y ahí está, con toda certeza, el secreto de Shakespeare.

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