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Anexos

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[Anexo 1]

Sobre el concepto de energía


“Sueños de África”

de Manuel Vicent
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Camino de Nairobi hice noche en el refugio de Kilaguni, en la reserva natural de Tsavo. Durante toda la tarde había atravesado la sabana por pistas abruptas en una furgoneta tragando polvo, y en el fondo de la vasta llanura siempre estaban las verdes colinas, las acacias con la copa de sombrilla de cuyas ramas colgaban como enormes frutas las sombras de los marabúes, buitres y otras aves sin nombre. Olía con la máxima dulzura el corazón de esa tierra que los masai nunca han herido con la azada ni siquiera para cavar la propia sepultura. Antes de oscurecer pasé junto a una nutrida colonia de babuinos en el momento en que un centenar de monos de esta clase se hallaban reunidos bajo el árbol de la fobia en torno al que parecía ser su tirano, un macho de espectaculares encías que daba una arenga a sus súbditos o tal vez una lección política. Las hembras llevaban muy abierta la rosa del sexo, y sobre ella se habían sentado para escuchar con suma atención el terrible discurso que no tenía significado aunque era muy emotivo. Algo acababa de suceder en el mundo de los simios, algo gordo se estaba cociendo entre ellos puesto que aquel jefazo o instructor no hacía sino caldear los ánimos de los oyentes con objeto de arrastrarlos a una victoria. El negro Allan condujo nuestro vehículo enjaulado por una extensión de helechos hasta las cercanías del mitin y entonces pude ver con exactitud el fulgor de la mirada de aquel primer ministro y el ademán con que acompañaba todos sus gritos en medio del silencio del planeta. En el auditorio iba creciendo la tensión a simple vista mientras el orador señalaba el sur al final de cada parrafada, pero tuvo que haber pronunciado sin duda una frase hermosa en el último instante porque de pronto la asamblea de monos puesta en pie interrumpió con aplausos las palabras del tirano y a continuación comenzó a marchar en columna de a tres enfilada al cerro donde esperaba el enemigo en orden de guerra. Los del bando contrario también eran babuinos.

–Vamos a contemplar una gran batalla –dijo el negro Allan.

–¿Se trata de una contienda civil?

–Así es. Se trata de un asunto entre hermanos.

–¿Por qué se quieren matar?

–No sé. Creo que se aburren si no lo hacen –contestó el conductor Allan, que oficiaba de guía–. Cuando un buen demagogo los calienta, estos monos pueden llegar al heroísmo sólo por entretenerse.

Bajo una refriega de nubes de color sangre que el crepúsculo establecía en el firmamento dos centurias de monos se disponían igualmente a entrar en combate a esa hora en la próxima ladera y su desordenada pasión no dejaba de poseer cierta belleza geométrica. Desde mi puesto de observación vi cómo avanzaban emitiendo gruñidos a modo de consignas ambos cuerpos de ejército sin perder la simetría. En ellos podían adivinarse ciertos rudimentos de logística y estrategia; sólo faltaban las banderas y un par de tambores para que los babuinos marcaran el paso, pero la polvareda que levantó su encontronazo era similar a la de cualquier legión romana. Dejé allí a nuestros primos infligiéndose entre sí una carnicería divertida que no cesaría hasta que llegara la oscuridad completa y yo seguí viaje hacia el albergue de Kilaguni, donde las hienas, que siempre acuden a los postres, me esperaban a la mesa para cenar.

[Manuel Vicent: “Sueños de África”, en El País Semanal, domingo 28 de mayo de 1989, número 633.]